martes, diciembre 30, 2008

Ya sólo habla de amor, Ray Loriga

Alfaguara, Madrid, 2008. 184 pp. 18 €.



Carmen Fernández Etreros

Comenzar a leer este libro de Ray Loriga es colar un pie sin querer en una burbuja, en una habitación insonorizada, en un mundo sin sonido. Sin quererlo ni esperarlo. No impacta ya a estas alturas quizás su estilo tan personal, ya que el escritor Ray Loriga vuelve con otro personaje perdedor, solitario, difícil, traumático... Personajes que podemos encontrar en Tokio ya no nos quiere, Lo peor de todo y en otras de sus novelas. Personajes a la vez excéntricos, líricos y tiernos, capaces de perder la vida por amor. Pero en Ya sólo habla de amor sorprende el cambio de registro, tan lejos de ese estilo Loriga a base de pinceladas diversas, de vidas marcadas por el alcohol, la mala suerte, las drogas y su incondicional rock. Nada de eso van a encontrar los lectores de este libro.
Los lectores tendrán que sumergirse página tras página en el interminable monólogo interior del personaje protagonista. Y Loriga no hace concesiones a lo externo, se entrega en cuerpo y alma a rebuscar en la mente del protagonista. Que no esperen otra cosa los lectores. Y aunque sorprende en Loriga, con este cambio se acerca a otras fuentes y movimientos imprescindibles de la literatura del XX y XXI, la vanguardia y el romanticismo, la epifanía de Joyce, al estilo Murakami, al monólogo interior como forma de expresar el vacío vital del hombre actual, el tedio.
Sebastián, un hombre de cuarenta años y traductor obsesivo de Blake, es un personaje abatido que sufre un fracaso sentimental. Confundido, abatido y sin fuerzas. Un hombre que se siente derrotado, y condenado a un estado de bloqueo que le impide cualquier tipo de acción. Y eso es lo que sorprende de Ya sólo habla de amor, la falta de acción constante. La novela se nutre de la ida y venida de los pensamientos de Sebastián, de sus indecisiones y dudas, del interior del personaje. Un narrador omnisciente se sitúa frente a Ya sólo habla de amor y domina la novela, lo conoce todo, los pensamientos de Sebastián, su estado de abatimiento, sus sentimientos ante los comentarios de las personas que le rodean, la portera, su hermana, el apuesto suizo que quiere bailar con su acompañante,...
Sebastián no sabe como salir del espejo, de ese lugar en el que se encuentra, paralizado, solo,... Paralizado en un espacio concreto en el que comienza y acaba la novela, en el interior de una embajada suiza, donde Sebastián puede cambiar su vida con un simple movimiento hacia una mujer, Mónica. Y el narrador se queda también parado en la lentitud del tiempo, del baile, de las palabras y de los pensamientos. «Se diría que Sebastián no tenía manos. Que no era capaz de agarrar lo que tenía delante sino después de haberlo perdido, o antes siquiera de acercarse a las cosas que de verdad le importaban. Era, en suma, un muerto ejemplar y un enterrador perfecto» (pág. 77).
La reflexión sobre el amor y su importancia en la vida del personaje se convierte quizás en la base de la novela como bien señala el título elegido por Loriga. ¿Qué importancia tiene el amor en una vida humana? ¿Es el motor de todo? La novela se puebla de imágenes y metáforas, gracias al talento de Loriga para jugar con las palabras entre sus dedos, que logran que lector sienta las consecuencias fatales de esa falta de amor: «Y así su ejército, que fue grande y devastador en su día, había sido diezmado por el cuerpo a cuerpo musculoso de las cosas, como esos insensatos polacos que enfrentaron sus lanzas y sus caballos contra los tanques alemanes» (pág. 56). El amor como batalla, como lucha en la que sólo quedan vencedores y vencidos, ganadores y perdedores.
Además para que no quede ninguna duda Ray Loriga, quizás como escudo protector, intenta trazar una línea imaginaria que separa con fuerza la novela y la realidad, el escritor y el personaje, la novela y la autobiografía en Ya sólo habla de amor «Una novela es una novela. No tiene nada que ver con la vida» (pág. 119). Y quizás es eso lo que le falta al personaje y a un escritor que suele conformarse con sólo sorprender e impactar, pero cuya destreza literaria queda patente en pequeños destellos en esta novela, a pesar de las repeticiones constantes, y que no lo sé pero esa experimentalidad puede que sea la punta del iceberg de una escritura insólita en un futuro.
En suma la lentitud, la inactividad y la falta de decisión del personaje son las claves de esta novela, y sorprenderá con seguridad a los seguidores incondicionales de Loriga no acostumbrados a este registro, pero hay que reconocer que gracias a la maestría de sus palabras construye un universo interior del personaje irrepetible. Sin duda alguna.

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