martes, marzo 16, 2010

El Tutú, Princesa Safo

Trad. Gonzalo Pontón. Blackie Books, Barcelona, 2010. 200 pp. 17 €


Martí Sales

En la historia de la literatura hay civilizaciones perdidas cuya identidad, estructura y tuétano tenemos que deducir a partir de las escasas muestras que a veces encontramos de forma azarosa. A partir de esos pocos indicios intentamos dibujar el esqueleto del animal que componían, de la raza de reyes que gobernaron aquellas maravillosas tierras y dictaminaron leyes, administraron riquezas y moldearon costumbres. Como piedras de Rosetta, tumbas de faraones o tantas reliquias y descubrimientos arqueológicos que nos ayudan a mapear la historia de la humanidad, de vez en cuando aparece de manos de algún avispado y suertudo editor un manuscrito original que corrobora la existencia de estas civilizaciones troceadas, imaginadas: estas corrientes subterráneas de la literatura que están deslavazadas y parecen no tener otro vínculo que la locura, genialidad y arrojo de sus autores y el propio azar.
El Tutú es un libro escrito por una misteriosa Princesa Safo y publicado el 1891 por el mismo editor de Rimbaud y Lautréamont, el belga León Genonceaux; un señor que tenía criterio. Un criterio suicida: sus libros contenían una libertad creativa exuberante que arrasaba cualquier moral imperante y por eso fue perseguido por las leyes francesas durante mucho tiempo. El libro en cuestión es un desacato a la autoridad, un ejercicio de imaginación sin límites en el que el protagonista, Mauri de Noirof, joven parisino depravado, pilla enormes borracheras con prostitutas y cocheros, dilapida fortunas, inventa medios de locomoción de velocidades inverosímiles (París-Lyon en 17 segundos), se casa con Hermine, una obesa alcohólica de familia riquísima y delincuente, es nombrado ministro, se enamora de su madre y mantiene relaciones no-sexuales y cargadas de necrofilia y esputos con ella, participa en orgías con obispos, se acuesta con una mujer doble, Mani-Mina y tienen un hijo de cuatro cabezas que amamanta él mismo gracias a la ayuda de Messé Malou, un sabio inventor que también ha descubierto cómo hacer al hombre inmortal: cuando presenta sus maravillas al gobierno francés, “la perturbación producida por este acontecimiento sacudió el mundo entero. La humanidad se convertía en gelatina”.
El Tutú forma parte de este continente sumergido que sólo vemos raramente, como al cometa Halley o ciertos eclipses totales; es miembro de la tradición de la revuelta, de la imprecación, del delirio, de la parte loca de nuestra sociedad que sustenta, equilibrándola, la cuerda: la visión del orate, la contrapartida necesaria para no volverse loco del todo con tanta cordura. Su anónima autora, la Princesa Safo, es tataranieta bastarda de Rabelais y madre putativa de Vian, colega extemporánea y precursora de cualquier dadaísta, surrealista, fluxista, oulipista que se precie y El Tutú es un hongo, un escupitajo, un trampolín, una sacudida, un desvarío divertidísimo y ácrata que no se olvida.

1 comentario:

Donde los ángeles dijo...

El tutú es una lista de los comportamientos que la burguesía francesa de finales del XIX practicaba en privado y de los que abominaba en público (¿doble moral?). Toma el título del tutú que saca uno de los personajes masculinos en una fiesta. Muy escandaloso, pero en Herrín de Campos, en Valladolid, todos los años, en las fiestas de San Antonio de Padua, patrón del pueblo, un grupo de danzantes, hasta hace poco masculinos, vestidos con tutú sacan, reculando, al santo de la iglesia para la procesión. No hay ningún tutú nuevo bajo el sol.