jueves, septiembre 23, 2010

La señora Lirriper, de Charles Dickens y otros autores

Trad. Miguel Temprano García. Alba, Barcelona, 2010. 419 pp. 21€

Care Santos

En 1859 Charles Dickens fundó en Londres la revista All the Year Round, heredera de la anterior Household Words, que el escritor había abandonado a causa de ciertas diferencias con el editor. En la nueva cabecera se publicarían, por entregas, La dama de blanco, La piedra lunar -ambas de Wilkie Collins-, Los hijos del duque -de Anthony Trollope- o Historia de dos ciudades, del propio Dickens, entre otras novelas. Desde 1859 hasta 1867, Dickens elaboró todos los años un especial navideño en el que invitó a participar a amigos y discípulos. Los números se estructuraban alrededor de una idea común, definida por el propio Dickens, en su papel de director de la revista, que él mismo se encargaba de plantear en el cuento inicial y donde luego iban encajando las distintas colaboraciones. De ahí surgió esta señora Lirriper, personaje típicamente dickensiano, que algunos han visto como un Pickwick femenino,. La señora Lirriper sirvió de hábil excusa y nexo para los números navideños de All the Year Around de los años 1863 y 64. Dickens escribió, en ambos casos, los cuentos de introducción y cierre al conjunto, y entre ambos se insertaron, con mayor o menor acierto los de Elizabeth Gaskell -ocupa un lugar de privilegio, como corresponde a una autora sobradamente conocida en su momento, que varias veces había rechazado estos ofrecimientos navideños de su amigo-, Charles Collins (hermano de Wilkie y yerno del propio Dickens) y media docena de autores más, prácticamente desconocidos para el lector en castellano: Edmund Yates, Andrew Halliday, Amelia Edwards, Rosa Mulholland, Henry Spicer o Hesha Stretton. La relación de todos ellos con el artífice de la propuesta va desde la amistad personal a los intereses comunes. Stretton, por ejemplo, fue fundadora, junto con el autor victoriano, de la Society for the Prevention of Crueltry to Children. Spicer era espiritista. Yates fue protegido de Dickens e íntimo de Collins...

Es interesante observar cómo encaja cada uno de ellos en los parámetros prefijados. Mientras que algunos se esfuerzan por aportar detalles que permitan un mayor encaje, otros ni siquiera se preocupan de que su voz narrativa desentone con el resto, o necesite de un párrafo del editor para no parecer un pegote. El resultado de esta divertida reunión victoriana son dos números especiales que ahora Alba ha tenido la feliz idea de reunir en un solo volumen. En la primera parte Dickens deslumbra con la presentación de la protagonista, una viuda que por limpiar el nombre del marido muerto decide hacerse cargo de todas sus deudas. Abre una pensión en el número 81 de calle Norfolk, donde pronto contará con la presencia del señor Jackman, un jactancioso militar retirado que dará el contrapunto a sus historias, y del pequeño Jemmy, un auténtico huérfano dickensiano.
El destino de los tres personajes tiene continuidad de una entrega a otra, y conoce instantes memorables, donde el talento del autor de David Copperfield para crear personajes y situaciones inolvidables es inolvidable. Una muestra de ello es la escena donde el viejo Jackman imparte al risueño niño unas estrambóticas clases de cálculo, y que son una deliciosa lección de buena literatura (páginas 50 a 54). En el resto de los relatos, abundan los ambientes victorianos: sociedades secretas, misteriosas jovencitas tullidas que esconden sorpresas, vidas excesivas que se pagan con destinos trágicos y apariciones de carruajes fantasma en mitad de la nieve nocturna. Hay cuentos soberbios, como "De cómo un doctor asistió a la habitación de al lado", de Andrew Halliday (una vuelta de tuerca sobre la inocencia corrompida por el conocimiento, con tintes diabólicos); "Otro antiguo huésped relata su propia historia de fantasmas", de Amelia Edwads (un cuento de aparecidos de corte clásico, aunque deliciosamente impactante) o "Un antiguo huésped relata la increíble historia de un médico" (anticipación victoriana del asunto del suicidio consentido). También hay ambientaciones inolvidables, como los hornos de la alfarería donde transcurre -con espectro incluido- el otro relato de Edwards "De cómo el tercer piso conocía la región de las alfarerías" o la magnífica descripción del honor masculino en el duelo que centra "De cómo unos nubarrones ensombrecieron la buhardilla".
Se trata, además de una colección de buenos cuentos, de una ventana por la que podemos asomarnos a la literatura popular del XIX, a lo que la hacía irresistible para miles de letores, a lo que continúa haciéndola irresistible a los ojos del muy experimentado y viajado lector del siglo XXI. Es gratificante descubrir que hay cosas que soportan el paso del tiempo sin apenas envejecer. Al abrir estas páginas, será el lector quien se sienta victoriano por unas horas. Qué dicha.



1 comentario:

Betsy Trotwood dijo...

Enhorabuena por la magnífica reseña.
Y por tu gusto (amplio, diverso y sin complejos) de la Literatura.