lunes, octubre 10, 2016

Juegos de artificio, Antonio Toribios


Fotografías de María Gómez
La Armonía de las Letras, León, 2016. 236 pp. 20 €

José Miguel López-Astilleros

El género del microrrelato se ha popularizado tanto que no sólo están aumentando sus lectores, sino quienes se internan en las procelosas aguas de su creación, quizás por considerar, en numerosos casos, que sólo hace falta un poco de ingenio, cuando en realidad no basta con eso. De esto dan fe las numerosas publicaciones que están apareciendo y los numerosos portales de internet que dan cobijo sobre todo a escritores aficionados, además de la creciente atención que la crítica le está dispensando a esta particular manera de contar una historia.
Antonio Toribios (León, 1960) lleva escribiendo microcuentos desde hace décadas, no es un recién llegado al género ni un escritor accidental ni ocasional. Es más, su llegada al género obedece a una evolución desde el cuento más o menos largo, que en su día le proporcionó algunos premios y reconocimiento, sin que por ello haya dejado de frecuentar las narraciones de mayor extensión que las presentes. Las piezas que nutren este volumen representan el trabajo de varios años, algunas de las cuales han sido publicadas en distintos medios.
Debido a la gran cantidad de microhistorias y de años durante los cuales fueron pergeñadas, el contenido es muy heterogéneo, quizás por eso el autor o el editor han renunciado a clasificarlas. Sin embargo hay en todas ellas una cohesión que tiene como núcleo aglutinador la propia personalidad del escritor, puesto que en todo momento se nos está revelando una manera de interpretar el mundo. Otro rasgo que intensifica dicha cohesión y facilita la identificación tanto de los temas y su tratamiento con el autor, es la condensación temporal, que en muchas ocasiones nos transporta al pasado, a su infancia concretamente, tan importante y decisiva a lo largo de toda su producción. Y si es frecuente esa fuga del tiempo presente, aunque no siempre, es obvio que el esquematismo espacial también tendrá que ver con el lugar donde pasó dicha etapa de su vida, la ciudad de León, así como sus personajes. Por esa razón suelen tener todos estos “cuentines”, como le gusta llamarlos a Antonio Toribios, un trasfondo vivencial más o menos cercano. Incluso la utilización del lenguaje es coherente con este planteamiento, constituyendo todo ello una indeleble marca de estilo. Hay características formales como la ausencia de complejidad, la mínima caracterización de los personajes, el lenguaje connotativo o la importancia del inicio y el cierre con finales sorprendentes, típicos del género —según señala Irene Andrés-Suárez en la introducción de Antología del microrrelato español (1906-1911), editorial Cátedra—, cuyo planteamiento clásico viene regido por el principio de funcionalidad de todos los elementos narrativos, para que así surta el efecto deseado en el lector. Todo esto no impide que muchos relatos estén transido de una ambigüedad, que desembocará en una reflexión, una sonrisa o incluso una carcajada.
El humor es quizás las característica más sobresaliente de los mejores textos. Son numerosos los registros que podemos encontrar, desde el humor negro, el absurdo, la ironía o la parodia. No es un humor cruel y desalmado, ácido ni despiadado, porque Toribios trata a sus personajes con grandeza cervantina, con la humanidad de quien pasa por la vida sin herir a nadie, con el propósito de hacer comprensible las debilidades. Un ejemplo de esto podemos verlo en el relato titulado Que ayer (pág. 161), donde la total transformación estética de la madre de unos niños es vista con sorpresa pero sin dramatismo, a pesar de la confusión creada por no reconocerla.
Un procedimiento muy utilizado es la intertextualidad, mediante la que nos adentramos en sus referencias culturales. Pero concretando más este aspecto, es crucial la enorme influencia del cine en muchas narraciones, así abundan con profusión las alusiones a películas, personaje y actores, sea para caracterizar a un personaje, una época o un ambiente. En el titulado Mi vida: cuadro sinóptico (pág. 17) traza una brevísima biografía indirecta a través de dos héroes cinematográficos, Tarzán e Indiana Jones. Un elemento recurrente de raíz biográfica son las ventanas, tras las que se apostan los personajes, a veces trasuntos suyos. Pero no sólo el cine y la propia literatura, sino la televisión y los demás medios audiovisuales, como por ejemplo la radio, muy del gusto del autor, suelen aparecen como elementos centrales o marginales, así se cuenta en Trueque (pág 20) la historia de un ordenador portátil y su sorprendente final a través de la descontextualización originaria que lanza el significado hacia interpretaciones distópicas y humorísticas.
El lector de estos “cuentines” no debe ser un lector pasivo, sino que ha de colaborar con el texto para llegar al significado o significados últimos. Mucho más fácil lo tendrá un lector de su propia generación o aledañas, puesto que en muchos hay claves culturales que lectores más jóvenes no poseen, a menos que las hayan adquirido de otro modo, aunque dicho aspecto no representa ninguna dificultad para saborearlos con intensidad. Estos Fuegos de artificio de Antonio Toribios son microhistorias que cuentan la vida concentrándola en unas pocas palabras precisas, en una depuración del lenguaje que las acercan a procedimientos cercanos a la poesía. Lo triste es que la distribución de la edición se quede en el ámbito local.

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